jueves, 3 de noviembre de 2016

Existencialismo


Historieta realizada por el estudiante Simón Farbiarz del grupo 11-3. Esta reflexión llega a partir de la reflexión existencialista y la película dirigida por Woody Allen Whatever Works






viernes, 30 de septiembre de 2016

La especie humana

Robert Antelme    (1917-1990)  escritor francés y mienbreo de la Resitencia francesa. Antelme fue deportado a los campos de concentración de Dachau y Buchenwald.

Obra: L'Espèce humaine (La especie humana)













La profesora de lenguas extranjeras, modernas y traductora literaria Laura Masello de la universidad de Magallanes. Considera que, el libro La especie humana de Robert Antelme, nos ayuda a pensar la experiencia de la tortura. Además, se apoya en su maestro Bleger el cual decía que hay libros para leer y otros para pensar y que ante el horror de la Segunda Guerra Mundial solo hay dos alternativas o un cierto grado de lucidez dolorosa o dolorida o el buen talante de la prescindente estupidez.

La especie humana  trata sobre la segunda Guerra Mundial en un campo de concentración nazi, su tema central es lo humano a un sistema industrial, para la producción de la muerte, en la agonía y la adyección. Marsello indica que La especie humana, merece su título en la expansión industrial y dolorosa que define al siglo en que vivimos, la "industria de la muerte" y el "campo" como la fábrica que la significa y la organiza en su eficiencia burocratica, son paradigmáticos, de la mentalidad de esa época, de cómo se constituye la subjetividad en relación al sistema de poder (Cfr. Masello, 1996, p. 9)






En su escrito Antelme narra la degradación que vivió en el campo:  

Me he quitado la chaqueta y la camisa. Hace frío. Miro mis brazos, están muy delgados, están manchados de sangre. También la camisa está salpicada de sangre negra. La vuelvo del revés; largos regueros de piojos estrían el tejido. Aplasto. Los brazos se agotan a fuerza de permanecer así para despachurrar; la uñas están rojas. De vez en cuando me paro me paro y miro la camisa: caminan despacio, tranquilos. Racimos grasientos de liendres bordean las costuras. Un ruido blando entre las uñas. Encarnizamiento de las manos que tratan de ir de prisa. No levanto los ojos. Casi todo el mundo aplasta. Echamos una bronca a un tipo que se pone delante de la puerta y tapa la luz del día. Siento deseos de tirar la camisa. Pero tendría que tirarlo todo, las mantas también, quedarme desnudo. Estoy desbordado. Todavía hay piojos andando por la camisa. Hay que volver a tomar carretilla. La paciencia ya no basta. Hay que tener fuerza para mantener los brazos doblados y aplastar. Ataco de nuevo. Los hay marrones, grises, blancos saciados de sangre. Me han absorbido. Uno puede ser derrotado por los piojos. Los brazos ya no tienen fuerza para aplastar. Ese simple movimiento repetido los agota. Con gusto abandonaría la camisa y me dejaría caer hacia atrás. Los cadáveres de los piojos me quedan pegados al tejido.  Eso es lo que voy a volver a echarme sobre la espalda. Mi pecho está completamente lleno de picaduras. Las costillas sobresalen. En la cabeza también tengo piojos. En este momento se pasean por mi cuello. La gorra está llena. He vuelto a ponerme la camisa. Ahora me quito los pantalones y los calzoncillos; en la entrepierna, los calzoncillos están negros. Es imposible matarlos a todos. Los enrollo y los tiro por la puerta del vagón. Me quedo cerca de la puerta, con los muslos al aire; son violetas, granulosos, ya no tienen forma; las rodillas son enormes como la de los caballos. Alrededor del sexo estoy plagado. Están colgados del vello. Me los arranco. Soy un nido, su calor, les pertenezco (2001, pp. 270-271).

- Antelme, R. (2001). La especie humana. (T. Richelet trad.). Madrid, España: Arena Libros. 
- Antelme, R. (1996). La especie humana. (T. Laura Masello). México, D.F: Ediciones Trilce


 ¿Usted considera que aún es necesario o tiene sentido evocar las desgracias de lo que conteció en los campos de concentración?

viernes, 26 de agosto de 2016



Lucio Apuleyo Fue el escritor romana más importante del siglo II


Obra: Su obra El Asno de Oro (o Metamorfosis), fue la única novela romana que ha sobrevivido completa. Se le puede relacionar con la novela picaresca. En ella  Narra cómo el joven Apuleyo fue víctima de un hechizo fallido que lo transforma en asno, sin perder sus facultades intelectuales —salvo el lenguaje—, pasa por varios amos y diversas aventuras. El tono humorístico es dominante, pero también hay reflexiones de tipo filosófico y religioso. Es una obra imaginativa, irreverente y divertida que relata las increíbles aventuras de Lucio metamorfoseado en asno. Bajo esta apariencia oye y ve gran número de cosas extrañas, las mismas que son relatadas como cuentos intercalados en la novela, hasta que Isis le devuelve su forma humana. D allí, se interpone una de las más hermosas muestras de la cuentística de la Antigüedad Clásica: la fábula de Psique y Eros. Este relato es el más extenso de la novela y da cuenta de las preocupaciones  de Psique para alcanzar a Eros y la inmortalidad.


Los estudiantes del grado once, le dieron a la historia otro final alternativo desde lo Apolineo y lo Dionisico; tomando como referente la tragedia griega en la cual se apoyo Friedrich Nietzsche, para comprender el uso de la razón y el impulso vital a partir de la tragedia griega.


Psique y Eros

En una ciudad de Grecia había un rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos primeras eran hermosas. Para ensalzar la belleza de la tercera, llamada Psique, no es posible hallar palabras en el lenguaje humano. Tan hermosa era que sus conciudadanos, y un buen número de extranjeros, acudían a admirarla. Incluso dieron en compararla a la propia Afrodita, y no advirtieron que, al descuidar los ritos debidos a esta diosa, tal vez estaban atrayendo sobre la bella y bondadosa joven un destino funesto. Afrodita, la diosa que está en el origen de todos los seres, herida en su orgullo, encargó a su hijo Eros: “Haz que Psique se inflame de amor por el más horrendo de los monstruos” y, dicho esto, se sumergió en el mar con su cortejo de nereides (ninfas del mar mediterráneo) y delfines.

Psique, con el correr del tiempo, fue conociendo el precio amargo de su hermosura. Sus hermanas mayores se habían casado ya, pero nadie se había atrevido a pedir su mano: al fin y al cabo, la admiración es vecina del temor… Sus padres consultaron entonces al oráculo: “A lo más alto contestó la llevarás del monte, donde la desposará un ser ante el que tiembla el mismo Júpiter”. El corazón de los reyes se heló, y donde antes hubo loas, todo fueron lágrimas por la suerte fatal de la bella Psique. Ella, sin embargo, avanzó decidida al encuentro de la desdicha.

Sobre un lecho de roca quedó muerta de miedo Psique, en lo alto del monte, mientras el fúnebre cortejo nupcial se retiraba. En estas que se levantó un viento, se la llevó en volandas y la depositó suavemente en una pradera cuajada en flor. Tras el estupor inicial Psique se adormeció. Al despertar, la joven vio junto al prado una fuente, y más allá un palacio. Entró en él y quedó asombrada por la factura del edificio y sus estancias; su asombro creció cuando unas voces angélicas la invitaron a comer de espléndidos platos y a acostarse en un lecho. Cayó entonces la noche, y en la oscuridad sintió Psique un rumor. Pronto supo que su secreto marido se había deslizado junto a ella. La hizo suya, y partió antes del amanecer.

Pasaron los días por la soledad de Psique, y con ellos sus noches de placer. En una ocasión su desconocido marido le advirtió: “Psique, tus hermanas querrán perderte y acabar con nuestra dicha”. “Más añoro mucho su compañía dijo ella entre sollozos. Te amo apasionadamente, pero querría ver de nuevo a los de mi sangre”. “Sea “, contestó el marido, y al amanecer se escurrió una vez más de entre sus brazos. De día aparecieron junto a palacio sus hermanas y le preguntaron, envidiosas, quién era su rico marido. Ella titubeó, dijo que un apuesto joven que ese día andaba de caza y, para callar su curiosidad, las colmó de joyas. Poco antes de que anocheciera, Psique tranquilizó a sus hermanas y las despidió hasta otra ocasión.

Con el tiempo, y como no podía ser de otra forma, Psique quedó encinta. Pidió entonces a su marido que hiciera llegar a sus hermanas de nuevo, ya que quería compartir con ellas su alegría. Él rezongó pero, tras cruzar parecidas razones, acabó accediendo. Al día siguiente llegaron junto a palacio sus hermanas. Felicitaron a Psique, la llenaron de besos y de nuevo le preguntaron por su marido. “Está de viaje, es un rico mercader, y a pesar de su avanzada edad…” Psique se sonrojó, bajó la cabeza y acabó reconociendo lo poco que conocía de él, aparte de la dulzura de su voz y la humedad de sus besos… “Tiene que ser un monstruo “, dijeron ellas, aparentemente horrorizadas, “la serpiente de la que nos han hablado. Has de hacer, Psique, lo que te digamos o acabará por devorarte”. Y la ingenua Psique asintió.

“Cuando esté dormido, dijeron las hermanas, coge una lámpara y este cuchillo y córtale la cabeza”. Enseguida partieron, y dejaron sumida a Psique en un mar de turbaciones. Pero cayó la noche, llegó con ella el amor que acostumbraba y, tras el amor, el sueño. La curiosidad y el miedo tiraban de Psique, que se revolvía entre las sábanas. Decidida a enfrentar al destino, sacó por fin de bajo la cama el cuchillo y una lámpara de aceite. La encendió y la acercó despacio al rostro de su amor dormido. Era… el propio dios Eros, joven y esplendoroso: unos mechones dorados acariciaban sus mejillas, en el suelo el carcaj con sus flechas. La propia lámpara se avivó de admiración; la lámpara, sí, y una gota encendida de su aceite cayó sobre el hombro del dios, que despertó sobresaltado.

Al ver traicionada su confianza, Eros se arrancó de los brazos de su amada y se alejó mudo y pesaroso. En la distancia se volvió y dijo a Psique: “Llora, sí. Yo desobedecí a mi madre Afrodita desposándote. Me ordenó que te venciera de amor por el más miserable de los hombres, y aquí me ves. No pude yo resistirme a tu hermosura. Y te amé… Que te amé, tú lo sabes. Ahora el castigo a tu traición será perderme”. Y dicho esto se fue. Quedó Psique desolada y se dedicó a vagar por el mundo buscando recuperar, inútilmente, el favor de los dioses: la cólera de Afrodita la perseguía. La diosa finalmente dio con ella, menospreció el embarazo de la joven, le dio unos cuantos sopapos y la encerró con sus sirvientas Soledad y Tristeza.

Cuando Psique se da cuenta de lo que ha hecho, ruega a Afrodita que le conceda recuperar el amor de Eros, pero la diosa, rencorosa, le ordena realizar cuatro tareas, casi imposibles para un mortal, antes de recuperar a su amante divino. Como cuarto trabajo, Afrodita afirmó el estrés de cuidar a su hijo, deprimido y enfermo como resultado de la infidelidad de Psique, que además había provocado que perdiese parte de su belleza. Psique tenía que ir al Hades y pedir a Perséfone, la reina del inframundo, un poco de su belleza que Psique guardaría en una caja negra que Afrodita le dio, ya que la hermosura del inframundo es mortal al tacto humano. Psique subió a una torre, decidiendo que el camino más corto al inframundo sería la muerte pero una misteriosa voz la detuvo en el último momento y le indicó una ruta secreta que le permitiría entrar y regresar aun estando con vida, además de aconsejarle cómo engañar al perro Cerbero, contentar a Caronte y cómocruzar los otros peligros de dicho sendero. Siguiendo las indicaciones Psique apaciguó a Cerbero con un pastel de cebada y pagó a Caronte un óbolo para que le llevase al Hades. En el camino, vio manos que salían del agua. Una voz le dijo que les tirase un pastel de cebada, pero ella rehusó. Una vez allí, Perséfone conmovida por su hazaña, dijo que estaría encantada de hacerle el favor a Afrodita. Una vez más pagó a Caronte y le dio el otro pastel a Cerbero para volver.

Psique abandonó el inframundo y decidió abrir la caja y tomar un poco de la belleza para sí misma, pensando que si hacía esto, Eros le amaría con toda seguridad. Para su sorpresa del interior brotó un «sueño estigio», o sea un vapor narcótico que sume en la amnesia a los muertos cuando llegan al Hades. Eros, que la había perdonado y seguido en secreto por su aventura, voló hasta su cuerpo y limpió el sueño de sus ojos, suplicando entonces a Zeus y Afrodita su permiso para casarse con Psique. Éstos accedieron y Zeus hizo inmortal a Psique. Afrodita, olvidando sus rencores bailó en la boda de Eros y Psique, y fruto de su unión tuvieron una hija llamada Hedoné (para los griegos) o Voluptas (para la mitología romana), la personificación del placer sensual y el deleite.




 Final alternativo por el estudiante de 11-04 Tomás Restrepo




Cuando Eros vio aquel acto de traición por parte de su amada, sintió tristeza, su decisión que había sido amarla a pesar de lo que su madre le había dicho, había culminado en tan infame acto por parte de Psique. Eros, con pesar y lágrimas, regresó a casa, allí le contó a su madre que había desobedecido, le pidió disculpas, Afrodita, sólo respondió a su hijo con voz de calma y rencor, que iba a cobrar venganza.

Los días de Psique eran tristes y oscuros, la soledad se había apoderado de su vida, decidió ir a su hogar para contar a sus hermanas lo sucedido, en el caminó sintió presencias de otras personas, haciendo caso omiso continuó su camino. A pocos minutos de llegar a casa, vio una sombra a lo lejos, motivada por la intriga se dirigió hacia allá, cuando llegó vio a un hombre y posteriormente fue atacada ¡Eran súbditos de afrodita! Psique cayó al suelo llorando, lastimada, le habían pateado y golpeado, entonces sintió un frío en su estómago, cuando se fijó… había perdido a su bebé.

Eros se enteró de esto a los pocos días y estalló en ira, fue a donde su madre y le juró que eso no quedaría así, Eros se dirigió hacia el palacio donde Psique aguardaba deprimida y sola. Ella no lo vio, Eros se inundó en melancolía y su llama olímpica se apagó lo cual significó que el amor en el mundo comenzaría a desaparecer y con esto Afrodita, no tendría motivo de adoración y sería olvidada.



Final alternativo por el estudiante de 11-4 Santiago Giraldo 

Otro final…
En el mito original de psique y eros, Eros ofendido por la traición y desconfianza de su amada, le da como castigo su pérdida, el mismísimo dios del amor y psique arrepentida se dedicó a vagar por el mundo, buscando a Eros y la cólera de afrodita cayó sobre ella. En este escrito me dispondré a  dar un final diferente, según lo dionisiaco, o sea, el sentimiento, de modo que el inicio de este final va así:
“…y una gota encendida de su aceite cayó sobre el hombro de Eros, que despertó sobresaltado…”…miró entonces a psique con tristeza y decepción, a pesar de eso su a mor no disminuía, Eros le pregunto entonces, con voz quebrada -¿qué haces con ese cuchillo, Psique?- pregunta a la cual, psique no respondió. Soltó el cuchillo y entre lágrimas de profunda tristeza corrió por la puerta, dejando así, a si desconsolado y pensativo enamorado acostado en la cama con sus ojos envueltos en lágrimas de dolorosa decepción.
Eros, aun tratando asimilar lo que había acabado de ocurrir partió en busca de psique; por lo que se veía, psique se había escondido, grande debió ser su vergüenza al ver lo rotundamente equivocada que estaba y lo tonta que fue al creerle a sus hermanas.

Paso así esa noche, Eros volvió a su habitación, en todo pensó menos en dormir, fue incapaz de conciliar el sueño el resto de la noche. A la mañana siguiente una de las ninfas que paseaba por los jardines del palacio donde Eros vivía vio a una de las más hermosas mujeres  que había podido contemplar en su vida, llorando la vio, llorando amargamente, la ninfa noto su llanto de arrepentimiento, así que se acercó a la hermosa mujer y le pregunto qué había ocurrido, el porqué de su amargura, psique con su cansada y dolida voz le contó todo lo  ocurrido, la ninfa, viendo lo arrepentid que estaba y lo inmensamente conmovida que había quedado con su historia, decidió ayudarla, la ninfa entonces le pidió que fuera a donde Eros se encontraba para pedir disculpas por lo que había hecho, ella acepto y allí fueron, pero su visita fue inútil, Eros se encontraba verdaderamente dolido y no quería verla, así que la astuta ninfa se escabulló y tomo las herramientas de Eros , su arco y una flecha con el poder del perdón, todo aquel que fuera alcanzado por la punta de esta flecha sería capaz de perdonar hasta la más grande ofensa que pudieran hacer contra él.

La ninfa apunto, Eros como objetivo, soltó la flecha y en cuanto lo alcanzo, Eros corrió desesperadamente en busca de psique, a quien no dudo en gritarle que la perdonaba.
Tiempo después, para celebrar que todo había salido bien, Eros organizo una fiesta  y luego su matrimonio. Su madre, afrodita,  llena de ira por la traición de nadie más que su mismísimo hijo, con la mujer que había pedido castigar. Enfurecida desterró a psique al tártaro, obligándola a vivir con espíritus que la acosarían por el resto de la eternidad por su infinita belleza y a su hijo, con igual severidad, lo despojo de su poder para enamorar y lo condeno a ver como estos espíritus abusaban de cuanta manera podían de su amada, por el resto de los tiempos…
FIN




sábado, 14 de mayo de 2016






Svetlana Alexiévich (1948- ). Bielorrusa. Escritora, periodista de lengua rusa, profesora de historia y alemán . Premio nobel de literatura 2015. 

Obras: Los últimos testigos, cien relatos nada infantiles, Fascinados por la muerte, Los chicos de Cinc, La guerra no tiene nombre de mujer.



Emmanuel Lévinas  (1906-1995) Kaunas. Escritor y filósofo judío. Lévinas se dedicó a la reconstrucción del pensamiento ético, existencial y ontológico después de la Segunda Guerra Mundial. en el cual fue recluido en un campo de concentración, en la que toda su familia fue asesinada.

Obras: De la existencia al existente, Humanismo del otro Hombre, Totalidad e infinito, Ética e infinito, Los imprevistos de la historia,Entre nosotros.



Un diálogo sobre: la Guerra, el Rostro, y el Estado entre Alexiévich y Lévinas

La persona es más que la guerra


Los millones caídos en balde abrieron una senda en el vacío…
OSIP MANDELSHTAM
1978-1985

Escribo sobre la guerra…
Yo, la que nunca quiso leer libros sobre guerras a pesar de que en la época de mi infancia y juventud fueran la lectura favorita. De todos mis coetáneos. No es sorprendente: éramos hijos de la Gran Victoria. Los hijos de los vencedores. ¿Que cuál es mi primer recuerdo de la guerra? Mi angustia infantil en medio de unas palabras incomprensibles y amenazantes. La guerra siempre estuvo
presente: en la escuela, en la casa, en las bodas y en los bautizos, en las fiestas y en los funerales. Incluso en las conversaciones de los niños. Un día, mi vecinito me preguntó: «¿Qué hace la gente bajo tierra? ¿Cómo viven allí?». Nosotros también queríamos descifrar el misterio de la guerra. Entonces por primera vez pensé en la muerte… Y ya nunca más he dejado de pensar en ella, para mí se ha convertido en el mayor misterio de la vida. Para nosotros, todo se originaba en aquel mundo terrible y enigmático. En nuestra familia, el abuelo de Ucrania, el padre de mi madre, murió en el frente y fue enterrado en suelo húngaro; la abuela de Bielorrusia, la madre de mi padre, murió de tifus en un destacamento de partisanos; de sus hijos, dos marcharon con el ejército y desaparecieron en los primeros meses de guerra, el tercero fue el único que regresó a casa. Era mi padre. Los alemanes quemaron vivos a once de sus familiares lejanos junto a sus hijos: a unos en su casa, a otros en la iglesia de la aldea. Y así fue en cada familia. Sin excepciones. Durante mucho tiempo jugar a «alemanes y rusos» fue uno de los juegos favoritos de los niños de las aldeas. Gritaban en alemán: «Hände hoch!», «Zurück!», «Hitler kaput!». No conocíamos el mundo sin guerra, el mundo de la guerra era el único cercano, y la gente de la guerra era la única gente que conocíamos. Hasta ahora no conozco otro mundo, ni a otra gente. ¿Acaso existieron alguna vez? La aldea de mi infancia era femenina. De mujeres. No recuerdo voces masculinas. Lo tengo muy presente: la guerra la relatan las mujeres. Lloran. Su canto es como el llanto.
En la biblioteca escolar, la mitad de los libros era sobre la guerra. Lo mismo en la biblioteca del pueblo, y en la regional, adonde mi padre solía ir a buscar los libros. Ahora ya sé la respuesta a la pregunta «¿por qué?». No era por casualidad. Siempre habíamos estado o combatiendo o preparándonos para la guerra. O recordábamos cómo habíamos combatido. Nunca hemos vivido de otra manera, debe ser que no sabemos hacerlo. No nos imaginamos cómo es vivir de otro modo, y nos
llevará mucho tiempo aprenderlo. En la escuela nos enseñaban a amar la muerte. Escribíamos redacciones sobre cuánto nos gustaría entregar la vida por… Era nuestro sueño. Sin embargo, las voces de la calle contaban a gritos otra historia, y esa historia me resultaba muy tentadora. Durante mucho tiempo fui una chica de libros, el mundo real a la vez me atraía y me asustaba. Y en ese desconocimiento de la vida se originó la valentía. A veces pienso: «Si yo fuera una persona más apegada a la vida, ¿me habría atrevido a lanzarme a este pozo negro? ¿Me habrá empujado a él mi ignorancia? ¿O habrá sido el presentimiento de que este era mi camino?». Porque siempre intuimos nuestro camino… Estuve buscando… ¿Con qué palabras se puede transmitir lo que oigo? Yo buscaba un género que correspondiera a mi modo de ver el mundo, a mi mirada, a mi oído.Un día abrí el libro Ya iz ógnennoi derevni (Soy de la aldea en llamas), de A. Adamóvich, Y. Bril y V. Kolésnik. Solo una vez había experimentado una conmoción similar, fue al leer a Dostoievski. La forma del libro era poco convencional: la novela está construida a partir de las voces de la vida diaria. De lo que yo había oído en mi infancia, de lo que se escucha en la calle, en casa, en una cafetería, en un autobús. ¡Eso es! El círculo se había cerrado. Había encontrado lo que estaba buscando. Lo que presentía (Alexiévich, 1985 p. 7-10).

Por otra parte, en una entrevista se le pregunta a Emmanuel Lévinas si ¿Tiene Rostro el verdugo?
- Lévinas:  Me plantea usted el problema del mal. Cuando hablo de justicia, introduzco el tema de la lucha contra el mal, me aparto de la idea de la no-resistencia. Si la autodefensa es problemática, el "verdugo" es aquel que amenaza al prójimo y, en ese sentido apela a la violencia y no tiene ya rostro. Pero mi idea central es lo que he llamado "asimetría de la intersubjectividad": la situación excepcional del yo. Siempre me remito en este punto a Dostoievski; uno de sus personajes dice: todos somos culpable de todo y de todos, y yo más que los demás. Sin embargo, sin contradecir esta idea yo añado a ella la preocupación por un tercero, y por tanto, la justicia. Aquí se abre, pues  toda la problemática al verdugo: a partir de la justicia y la defensa de otro hombre, mi prójimo no a partir de la amenaza que me concierne. Si no hubiera un orden de justicia, no habría límite para mi responsabilidad. Existe una cierta medida de la violencia necesaria a partir de la justicia; pero al hablar de justicia debemos admitir jueces e instituciones del Estado; vivir en un orden de ciudadanos y no en un único  orden del cara a -cara. Por contra, sólo puede hablarse de la legitimidad o no legitimidad del Estado a partir de la relación con el Rostro o de mí mismo ante otro. Un Estado en el que la relación interpersonal, es imposible, donde está de antemano controlada por el determinismo del Estado, es un Estado totalitario. Así pues, el Estado tiene un límite. Mientras que en la visión de Hobbes -para quien el Estado no procede de la limitación de la caridad sino de la limitación de la violencia -no puede imponerse límites al Estado.
- Así pues, ¿el Estado es la aceptación de un orden de violencia?
- Lévinas: Hay una parte de violencia en el Estado, pero puede comportar también justicia. Lo que no significa que no haya que evitarla en la medida de lo posible; todo lo que la sustituye en la vida entre los Estados, todo lo que puede dejarse a negociación, a la palabra es absolutamente esencial, pero no puede decirse que no haya violencia ninguna violencia que sea legítima (Lévinas, 2001, p.131).



Alexiévich, S. (1985). La guerra no tiene rostro de mujer.  Madrid, España: Debate
- Lévinas, E. (2001). Entre Nosotros. Valencia, España: Pre-textos



¿Se podrá vivir sin guerra, y cuál sería la función ética para vivir sin esta?
¿Cuáles serían los límites del Estado para no generar violencia y guerra?

lunes, 18 de abril de 2016

El castigo generalizado








Michel Foucault (1926- 1984). Francés.  Fue un historiador, teórico social, Psicólogo y filósofo. Fue profesor en varias universidades francesas y estadounidenses y catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège France. Foucault fue conocido por sus estudios críticos; especialmente a las instituciones socioales, en especial la psiquiatría, la medicina y las ciencias humanas, el sistema de prisisones y su trabajo sobre la sexualidad humana.






Obras: Historia de la sexualidad, Vigilar y castigar, Historia de la locura en la época clásica, Una lectura de Kant.



CASTIGO 


I. EL CASTIGO GENERALIZADO 


"Que las penas sean moderadas y proporcionadas a los delitos, que la muerte no se pronuncie ya sino contra los culpables de asesinato, y que los suplicios que indignan a la humanidad sean abolidos." La protesta contra los suplicios se encuentra por doquier en la segunda mitad del siglo XVIII: entre los filósofos y los teóricos del derecho; entre juristas, curiales y parlamentarios; en los Cuadernos de quejas y en los legisladores de las asambleas. Hay que castigar de otro modo: deshacer ese enfrentamiento físico del soberano con el condenado; desenlazar ese cuerpo a cuerpo, que se desarrolla entre la venganza del príncipe y la cólera contenida del pueblo, por intermedio del ajusticiado y del verdugo. Muy pronto el suplicio se ha hecho intolerable. Irritante, si se mira del lado del poder, del cual descubre la tiranía, el exceso, la sed de desquite y "el cruel placer de castigar". Vergonzoso, cuando se mira del lado de la víctima, a la que se reduce a la desesperación y de la cual se quisiera todavía que bendijera "al cielo y a sus jueces de los que parece abandonada".Peligroso de todos modos, por el apoyo que en él encuentran una contra otra, la violencia del rey y la del pueblo. Como si el poder soberano no viera, en esta emulación de atrocidad, un reto que él mismo lanza y que muy bien podrá ser recogido un día: acostumbrado "a ver correr la sangre", el pueblo aprende pronto "que no puede vengarse sino con sangre". En estas ceremonias que son objeto de tantos ataques adversos, se percibe el entrecruzamiento de la desmesura de la justicia armada y la cólera del pueblo al que se amenaza. Joseph de Maistre reconocerá en esta relación uno de los mecanismos fundamentales del poder absoluto: entre el príncipe y el pueblo, el verdugo constituye un engranaje; la muerte que da es como la de los campesinos sojuzgados que construían San Petersburgo por encima de los pantanos y de las pestes: es principio de universalidad; de la voluntad singular del déspota, hace una ley para todos, y de cada uno de esos cuerpos destruidos, una piedra para el Estado; ¿qué importa que se descargue sobre inocentes? En esta misma violencia, aventurada y ritual, los reformadores del siglo XVIII denunciaron por el contrario lo que excede, de una parte y de otra, el ejercicio legítimo del poder: la tiranía, según ellos, se enfrenta en la violencia a la rebelión; llámanse la una a la otra. Doble peligro. Es preciso que la justicia criminal, en lugar de vengarse, castigue al fin. Esta necesidad de un castigo sin suplicio se formula en primer lugar como un grito del corazón o de la naturaleza indignada: en el peor de los asesinos, una cosa al menos es de respetar cuando se castiga: su "humanidad".

Llegará un día, en el siglo XIX, en el que este "hombre", descubierto en el criminal, se convertirá en el blanco de la intervención penal, en el objeto que pretende corregir y trasformar, en el campo de toda una serie de ciencias y de prácticas extrañas —"penitenciarias", "criminológicas". Pero en esta época de las Luces no es de ningún modo como tema de un saber positivo por lo que se le niega el hombre a la barbarie de los suplicios, sino como límite de derecho: frontera legítima del poder de castigar. No aquello sobre lo que tiene que obrar si quiere modificarlo, sino lo que debe dejar intacto para poder respetarlo. Noli me tangere. Marca el límite puesto a la venganza del soberano. El "hombre" que los reformadores han opuesto al despotismo de patíbulo, es también un hombre-medida; no de las cosas, sin embargo, sino del poder. El problema es, pues: ¿cómo este hombre-límite le ha sido negado a la práctica tradicional de los castigos? ¿De qué manera se ha convertido en la gran justificación moral del movimiento de reforma? ¿Por qué ese horror tan unánime a los suplicios y tal insistencia lírica en favor de unos castigos considerados "humanos"? O, lo que es lo mismo, ¿cómo se articulan uno sobre otro en una estrategia única, esos dos elementos presentes por doquier en la reivindicación en pro de una penalidad suavizada: "medida" y "humanidad"? Elementos tan necesarios y con todo tan inciertos, que son ellos —confusos y todavía asociados en la misma relación dudosa— los que se encuentran, hoy que se plantea de nuevo, o más bien siempre, el problema de una economía de los castigos. Es como si el siglo XVIII hubiera abierto la crisis de esta economía, y propuesto para resolverla la ley fundamental de que el castigo debe tener la "humanidad" como "medida", sin que se haya podido dar un sentido definitivo a este principio, considerado sin embargo como insoslayable (2002, p. 67-68). 


Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. Argentina: Buenos Aires. Editorial Siglo XXI


¿Cómo es posible que el Estado tenga el poder de aniquilr a sus ciudadanos?


martes, 16 de febrero de 2016

Meditaciones Metafísicas: Meditación Segunda, De la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil de conocer que el cuerpo.


Meditación Segunda 

René Descartes (1596-1650) filósofo francés, físico y  matemático. Considerado el padre de la filosofía moderna; por su famoso "Cogito ergo sum" Pienso, luego existo".

Obras: Tratado del mundo, Meditaciones de la filosofía primera, Las reglas para la dirección del espíritu, Discurso del método, Meditaciones metafísicas, entre otros.
De la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil conocer que el cuerpo

¿Qué es un hombre? ¿Diré que es un animal racional? No ciertamente, porque después me sería preciso lo que es animal y lo que es racional, y así una sola cuestión me hará caer insensiblemente en infinitas otras cosas más difíciles y embarazosas; y, a la verdad, no quisiera malgastar el poco tiempo que me queda en tales dificultades. Antes bien me detendré a considerar los pensamientos que nacían antes en mi entendimiento por sí mismo, y me eran inspirados por mi sola naturaleza al aplicarme a la consideración de mi ser. Me consideraba primeramente como dotado de ojos , de manos, de brazos y de toda esta máquina compuesta de carne y de hueso, tal como aparece en un cadáver, la cual designaba por nombre de cuerpo. Consideraba, además, que me alimentaba, que andaba, que sentía y que pensaba y refería todas estas acciones al alma; pero no me paraba a pensar lo que era el alma; o bien, si me paraba, imaginaba  que era una cosa extremadamente rara y sutil, como un viento, una llama, o un aire muy delicado que estaba insinuado y esparcido en mis más groseras partes. Por lo que se refería al cuerpo, no dudaba en modo alguno de su naturaleza, antes bien, pensaba conocer muy distintamente; y si le hubiere querido explicar según las nociones que de él entonces tenía, le hubiera descrito de esta suerte: por cuerpo entiendo todo aquello que puede ser limitado por alguna figura; que puede ser comprendido en algún lugar y llenar un espacio de tal manera, que cualquier otro cuerpo sea de él excluido; que pueda ser sentido , o por el tacto, o por la vista, o por el oído, o por la vista, o por el olfato; que puede ser movido de diversos modos, no a la verdad por sí mismo, sino por algo extraño de que sea tocado y reciba una impresión; porque el poder de moverse por sí mismo, como también el de sentir o de pensar, no creía en modo alguno que perteneciese a la naturaleza del cuerpo; por el contrario, antes bien hubiérame extrañado que semejantes facultades encontraba en algunos. (2009, p. 90-91).

No obstante, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), en su texto Así habló Zaratustra, en su acápite de Los que desprecian el cuerpo , afirma que: 

A los despreciadores del cuerpo quiero decirles mi palabra. No deben aprender ni enseñar otras doctrinas; sino tan sólo decir adiós a su propio cuerpo - Y así enmudecer "Cuerpo soy yo y alma"- así hablaba el niño. ¿Y por qué no hablar como los niños? Pero el despierto, el sapiente dice: cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y alma es sólo una palabra para designar algo en el cuerpo.
El cuerpo es una gran razón, es una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor. 
Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, a la que llamas "espíritu", un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón. 
Dices "yo " y estás orgulloso de esa palabra. Pero esa cosa aún más grande, en la que no quieres creer,- tu cuerpo y su gran razón: ésa no dice yo pero hace yo. 
Lo que el sentido siente, lo que el espíritu conoce, eso nunca tiene dentro de sí su final. Pero sentido y espíritu querrían persuadirte de que ellos son el final de todas las cosas: tan vanidosos son. 
Instrumentos y juguetes son el sentido y el espíritu: tras ellos se encuentra todavía el sí -mismo. El sí -mismo busca también con los ojos de los sentidos, escucha también con los oídos del espíritu.
El sí - mismo escucha siempre y busca siempre: compara, subyuga, conquista y destruye. El sí - mismo domina y es el dominador también del yo.
Detrás de  tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un soberano poderoso, un sabio desconocido- llámese sí - mismo. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo.
Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría ¿Y quién sabe para qué necesita tu cuerpo, precisamente tu mejor sabiduría?
Tú sí - mismo se ríe de tu yo y de tus orgullosos saltos. "¿Qué son para mí esos saltos y esos vuelos de pensamiento? se dice. Un rodeo hacía mi meta. Yo soy las andaderas del yo y el apuntador de sus conceptos ".
El sí - mismo dice al yo "¡siente placer aquí!" y el yo se alegra y reflexiona sobre cómo seguir gozando  a menudo - y justo para ello debe pensar.
A los despreciadores del cuerpo quiero decirles una palabra. Su despreciar constituye su apreciar ¿Qué es lo que creo  el apreciar y el despreciar y el valor y la voluntad? El sí- mismo creador  se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una mano de su voluntad.
Incluso en nuestra tontería y en vuestro desprecio, despreciadores del cuerpo, servís a vuestro sí- mismo. Yo os digo: vuestro sí - mismo quiere morir y se aparta de la vida.
Ya no es capaz de hacer lo que más quiere: crear por encima de sí. Eso es lo que más quiere: crear por encima de sí. Eso es lo que más quiere, ése es todo su ardiente deseo.
Para hacer esto, sin embargo, ya es demasiado tarde para él: Por eso vuestro sí- mismo quiere hundirse en su ocaso, despreciadores del cuerpo.
¡Hundirse en su ocaso quiere vuestro sí- mismo, y por eso os convertís vosotros en despreciadores del cuerpo!Pues ya no sois capaces de crear por encima de vosotros.
Y por eso os enojáis ahora contra la vida y contra la tierra. Una inconsciente envidia hay en la oblicua mirada de vuestro desprecio.
¡Yo  no voy por vuestro camino despreciadores del cuerpo!
¡Vosotros no sois para mí un puente hacia el superhombre!- Así habló Zaratustra  (2003, p. 64-66) 


- Descartes, R. (2009). Meditaciones metafísicas. Madrid, España: Alianza
- Nietzsche, F. (2003). Así habló Zaratustra. Madrid, España: Alianza

 ¿Cuál es la crítica que hace Nietzsche a Descartes? ¿Consideras que el exceso de razón a lo largo de la historia ha traído situaciones nefastas para el ser humano? argumenta tu respuesta.