sábado, 14 de mayo de 2016






Svetlana Alexiévich (1948- ). Bielorrusa. Escritora, periodista de lengua rusa, profesora de historia y alemán . Premio nobel de literatura 2015. 

Obras: Los últimos testigos, cien relatos nada infantiles, Fascinados por la muerte, Los chicos de Cinc, La guerra no tiene nombre de mujer.



Emmanuel Lévinas  (1906-1995) Kaunas. Escritor y filósofo judío. Lévinas se dedicó a la reconstrucción del pensamiento ético, existencial y ontológico después de la Segunda Guerra Mundial. en el cual fue recluido en un campo de concentración, en la que toda su familia fue asesinada.

Obras: De la existencia al existente, Humanismo del otro Hombre, Totalidad e infinito, Ética e infinito, Los imprevistos de la historia,Entre nosotros.



Un diálogo sobre: la Guerra, el Rostro, y el Estado entre Alexiévich y Lévinas

La persona es más que la guerra


Los millones caídos en balde abrieron una senda en el vacío…
OSIP MANDELSHTAM
1978-1985

Escribo sobre la guerra…
Yo, la que nunca quiso leer libros sobre guerras a pesar de que en la época de mi infancia y juventud fueran la lectura favorita. De todos mis coetáneos. No es sorprendente: éramos hijos de la Gran Victoria. Los hijos de los vencedores. ¿Que cuál es mi primer recuerdo de la guerra? Mi angustia infantil en medio de unas palabras incomprensibles y amenazantes. La guerra siempre estuvo
presente: en la escuela, en la casa, en las bodas y en los bautizos, en las fiestas y en los funerales. Incluso en las conversaciones de los niños. Un día, mi vecinito me preguntó: «¿Qué hace la gente bajo tierra? ¿Cómo viven allí?». Nosotros también queríamos descifrar el misterio de la guerra. Entonces por primera vez pensé en la muerte… Y ya nunca más he dejado de pensar en ella, para mí se ha convertido en el mayor misterio de la vida. Para nosotros, todo se originaba en aquel mundo terrible y enigmático. En nuestra familia, el abuelo de Ucrania, el padre de mi madre, murió en el frente y fue enterrado en suelo húngaro; la abuela de Bielorrusia, la madre de mi padre, murió de tifus en un destacamento de partisanos; de sus hijos, dos marcharon con el ejército y desaparecieron en los primeros meses de guerra, el tercero fue el único que regresó a casa. Era mi padre. Los alemanes quemaron vivos a once de sus familiares lejanos junto a sus hijos: a unos en su casa, a otros en la iglesia de la aldea. Y así fue en cada familia. Sin excepciones. Durante mucho tiempo jugar a «alemanes y rusos» fue uno de los juegos favoritos de los niños de las aldeas. Gritaban en alemán: «Hände hoch!», «Zurück!», «Hitler kaput!». No conocíamos el mundo sin guerra, el mundo de la guerra era el único cercano, y la gente de la guerra era la única gente que conocíamos. Hasta ahora no conozco otro mundo, ni a otra gente. ¿Acaso existieron alguna vez? La aldea de mi infancia era femenina. De mujeres. No recuerdo voces masculinas. Lo tengo muy presente: la guerra la relatan las mujeres. Lloran. Su canto es como el llanto.
En la biblioteca escolar, la mitad de los libros era sobre la guerra. Lo mismo en la biblioteca del pueblo, y en la regional, adonde mi padre solía ir a buscar los libros. Ahora ya sé la respuesta a la pregunta «¿por qué?». No era por casualidad. Siempre habíamos estado o combatiendo o preparándonos para la guerra. O recordábamos cómo habíamos combatido. Nunca hemos vivido de otra manera, debe ser que no sabemos hacerlo. No nos imaginamos cómo es vivir de otro modo, y nos
llevará mucho tiempo aprenderlo. En la escuela nos enseñaban a amar la muerte. Escribíamos redacciones sobre cuánto nos gustaría entregar la vida por… Era nuestro sueño. Sin embargo, las voces de la calle contaban a gritos otra historia, y esa historia me resultaba muy tentadora. Durante mucho tiempo fui una chica de libros, el mundo real a la vez me atraía y me asustaba. Y en ese desconocimiento de la vida se originó la valentía. A veces pienso: «Si yo fuera una persona más apegada a la vida, ¿me habría atrevido a lanzarme a este pozo negro? ¿Me habrá empujado a él mi ignorancia? ¿O habrá sido el presentimiento de que este era mi camino?». Porque siempre intuimos nuestro camino… Estuve buscando… ¿Con qué palabras se puede transmitir lo que oigo? Yo buscaba un género que correspondiera a mi modo de ver el mundo, a mi mirada, a mi oído.Un día abrí el libro Ya iz ógnennoi derevni (Soy de la aldea en llamas), de A. Adamóvich, Y. Bril y V. Kolésnik. Solo una vez había experimentado una conmoción similar, fue al leer a Dostoievski. La forma del libro era poco convencional: la novela está construida a partir de las voces de la vida diaria. De lo que yo había oído en mi infancia, de lo que se escucha en la calle, en casa, en una cafetería, en un autobús. ¡Eso es! El círculo se había cerrado. Había encontrado lo que estaba buscando. Lo que presentía (Alexiévich, 1985 p. 7-10).

Por otra parte, en una entrevista se le pregunta a Emmanuel Lévinas si ¿Tiene Rostro el verdugo?
- Lévinas:  Me plantea usted el problema del mal. Cuando hablo de justicia, introduzco el tema de la lucha contra el mal, me aparto de la idea de la no-resistencia. Si la autodefensa es problemática, el "verdugo" es aquel que amenaza al prójimo y, en ese sentido apela a la violencia y no tiene ya rostro. Pero mi idea central es lo que he llamado "asimetría de la intersubjectividad": la situación excepcional del yo. Siempre me remito en este punto a Dostoievski; uno de sus personajes dice: todos somos culpable de todo y de todos, y yo más que los demás. Sin embargo, sin contradecir esta idea yo añado a ella la preocupación por un tercero, y por tanto, la justicia. Aquí se abre, pues  toda la problemática al verdugo: a partir de la justicia y la defensa de otro hombre, mi prójimo no a partir de la amenaza que me concierne. Si no hubiera un orden de justicia, no habría límite para mi responsabilidad. Existe una cierta medida de la violencia necesaria a partir de la justicia; pero al hablar de justicia debemos admitir jueces e instituciones del Estado; vivir en un orden de ciudadanos y no en un único  orden del cara a -cara. Por contra, sólo puede hablarse de la legitimidad o no legitimidad del Estado a partir de la relación con el Rostro o de mí mismo ante otro. Un Estado en el que la relación interpersonal, es imposible, donde está de antemano controlada por el determinismo del Estado, es un Estado totalitario. Así pues, el Estado tiene un límite. Mientras que en la visión de Hobbes -para quien el Estado no procede de la limitación de la caridad sino de la limitación de la violencia -no puede imponerse límites al Estado.
- Así pues, ¿el Estado es la aceptación de un orden de violencia?
- Lévinas: Hay una parte de violencia en el Estado, pero puede comportar también justicia. Lo que no significa que no haya que evitarla en la medida de lo posible; todo lo que la sustituye en la vida entre los Estados, todo lo que puede dejarse a negociación, a la palabra es absolutamente esencial, pero no puede decirse que no haya violencia ninguna violencia que sea legítima (Lévinas, 2001, p.131).



Alexiévich, S. (1985). La guerra no tiene rostro de mujer.  Madrid, España: Debate
- Lévinas, E. (2001). Entre Nosotros. Valencia, España: Pre-textos



¿Se podrá vivir sin guerra, y cuál sería la función ética para vivir sin esta?
¿Cuáles serían los límites del Estado para no generar violencia y guerra?